Son numerosas las referencias a animales que la novela proustiana entreteje a lo largo de su laberíntica trama. La sensibilidad de Proust a los detalles más ínfimos, como notaba Benjamin (2005), permitiría la constitución de un profuso bestiario, el cual daría cuenta de los comportamientos más curiosos en aquellos animales presentes en la experiencia ordinaria.
No obstante, a diferencia de aquellos bestiarios medievales y modernos, creados por las mil maravillas descubiertas en tierras lejanas, el bestiario de Proust centra su curiosidad en esa otra bestia, la más difícil de todas, a saber, la humana, incluyendo sus relaciones sociales y amorosas. Los animales son así una suerte de linterna mágica que le permiten a Proust proyectar imágenes, siempre cambiantes, del mundo humano.
Es que para volverse aprehensible lo real se debe volver ficción, y para devenir ficción debe colocarse en figuras, a veces obras de arte, como hace Swann, a veces como figura animal, como veremos. Lo bestial es entonces otra forma de la ficción que encuentra Proust. Y, como toda ficción proustiana, parte del efecto, de la imagen proyectada, para descubrir la causa detrás del él. Pero, lejos de cualquier fundacionalismo, causa y efecto se asocian también ficcionalmente.