El espíritu de época de 1960 y 1970 en Latinoamérica se amoldó a la turbulencia social ocasionada por las tensiones polares de la Guerra Fría y la incertidumbre de un modelo económico-político-social como el Capitalismo que se incrementó cada vez más y terminó de desgarrar un Siglo plagado de episodios violentos que sólo persiguieron la concentración del poder a costa de la pobreza del Tercer Mundo.
Argentina no se abstuvo de replicar los modelos de insurgencia revolucionaria que se habían repetido en varios de los países de América Central y del Cono Sur pero con realidades disímiles que se expresaron en la seguidilla de interferencias concretas como la Revolución Argentina, el GAN de Lanusse y el tercer gobierno de Perón, que encerró a las formaciones especiales en la disyuntiva de acomodarse a la democracia del Pacto Social o caer en la deslegitimización social que generaría la lucha armada bajo un Gobierno democrático.
Esta consigna no sólo estuvo impuesta a la Tendencia peronista, que representaba el costado combativo del Movimiento, sino también al resto de las agrupaciones guerrilleras que se disponían a enfrentar las medidas económicas antipopulares, el avance de la derecha peronista y el predominio de la burocracia sindical verticalista. Ante ese turbado panorama, la tentativa de incursionar en la democracia pasó a ser una de las alternativas estratégicas 638 que se dispuso a ensayar el PRT-ERP, creando el Frente Antiimperialista y por el Socialismo, (FAS) (Pozzi, 2000, p. 20). Este Frente permitió un encuentro político entre el PRT-ERP y el Peronismo combativo con la común idea de generar un espacio democrático que pudiera competir electoralmente frente al Justicialismo y presentar, desde el núcleo duro de la guerrilla perretista, una opción al predominio de las armas en la coyuntura de un gobierno allegado a los trabajadores y elegido por el voto popular.