Habrá que reconocer de entrada que hay destinos intelectuales, políticos o institucionales marcados por la paradoja. La Universidad de Chicago fue fundada formalmente en 1890 por una asociación baptista gracias a una cuantiosa donación del magnate petrolero y filántropo John D. Rockefeller, sobre la base de una institución religiosa de enseñanza que funcionó a mediados del siglo XIX. Dos años después se crea allí el que es considerado como el primer departamento de sociología del mundo, y tres años más tarde ve la luz la primera revista científica de la disciplina , el American Journal of Sociology. Desde esa época hasta entrados los años cuarenta del siglo XX, la así llamada Escuela Sociológica de Chicago concitó un gran respeto y reconocimiento, tanto en el ámbito norteamericano como más allá de sus fronteras. Pero luego entró en un largo ocaso, y podríamos decir que sólo en los últimos años –especialmente en América Latina- se la ha vuelto a estudiar y a vindicar de acuerdo con sus indiscutibles méritos. En parte su eclipse se debió a la hegemonía del llamado “matrimonio ortodoxo”, conformado por el estructural- funcionalismo en el plano teórico y por la “sociología de las variables” en el flanco empírico, pero también hubo razones internas que nos ayudan a comprender ese parcial declive, a las que no siempre se les ha prestado debida atención. En cualquier caso, estas circunstancias coadyuvaron a que durante mucho tiempo se la considerara la “otra” sociología norteamericana, frente a la que era identificada como dominante tanto dentro como fuera de los Estados Unidos.