Si se considera el origen social de la Orientación Vocacional, no puede quedar exento el hecho de que la misma surge a partir de la necesidad de dar respuesta a demandas productivas y laborales que surgen a partir del proceso de Industrialización. “La postura sociológica enmarca claramente a la población y su dinámica, la oferta educativa y el mercado laboral” (Rascován, 2005).
Ahora bien, es en nuestra práctica profesional donde se entrecruzan la dimensión social y la subjetiva, ya que como estrategia de trabajo se abordan las problemáticas particulares de los sujetos que eligen, quienes a su vez intentan insertarse en un área específica de realidad ocupacional. “Por lo tanto, el que elige, no está eligiendo sólo una carrera. Está eligiendo con qué trabajar, está definiendo para qué hacerlo, está pensando en un sentido de vida” (Bohoslavsky, 2012). Estas posibles elecciones que se dan en el marco de procesos sociales, políticos y económicos que las atraviesan, se complejizan de manera particular en la población con la cual trabajamos principalmente: los adolescentes. Y para avanzar aún más: los adolescentes en el escenario de la Posmodernidad, donde estas decisiones se complejizan.
Es en este marco donde se nos presenta como fundamental y necesaria la función de la Orientación Vocacional, dando respuesta a una necesidad de apoyo, acompañamiento y guía frente a la realidad donde “el adolescente descubre su soledad frente a la elección de su futuro” (Rascován, 2005). Nuestra tarea provee una función de bálsamo, de alivio, posibilitando un espacio de diálogo y de introspección donde se le intenta devolver la palabra al sujeto consultante, asumiendo protagonismo en la elección de sus proyectos educativos e intentando hacer un lugar en la particularidad de cada uno.