Desde hace algunos años se ha comenzado a buscar respuesta a la brecha importante que se produce entre los niños que provienen de hogares pobres y no pobres, teniendo en cuenta que el fracaso escolar es la resultante de una diversidad de factores que se refuerzan mutuamente: condiciones materiales de vida y características socioculturales de las familias de origen que determinan actitudes y expectativas que no siempre favorecen el éxito escolar en los niños, así como una organización escolar y prácticas pedagógicas que consolidan esas probabilidades diferenciales de éxito (López, 2002).
Si entendemos el fracaso escolar como un producto de la relación niño/docente/institución escolar, no podemos obviar que en los últimos veinte años las condiciones sociolingüísticas han variado notablemente en nuestro país como consecuencia de las migraciones generadas por el proceso de globalización. Entendemos este hecho como una variable que incide en la configuración de las aulas y, por ende, es necesario atender al explicar este fenómeno (Arnoux y Martínez, 2000; Martínez y otros, 2009).