Al igual que el ser o no ser del monólogo de Hamlet, para la educación, las problemáticas generadas por la evaluación y la calificación constituyen algunos de los temas existenciales. La necesidad institucional de certificar procesos formativos no nos permite prescindir de ella, condenándonos a la pena de buscar -de manera trascendente en nuestra vida docente- respuestas a un sinfín de preguntas sobre formatos y modos. La propuesta de esta ponencia es reflexionar sobre los formatos en los que evaluamos poniendo atención no solo en la certificación, sino en el análisis crítico que puedan hacer los estudiantes con los saberes incorporados. Sostengo que la evaluación debe ser pensada para poner en valor los modos en que se construyen soluciones a partir de determinados marcos legales y, para ello, puede habilitarse el uso de material bibliográfico en el aula al momento del examen. Esto exige un cambio radical en la mirada docente, romper con hábitos que venimos arrastrando de antaño, dejar las preguntas conceptuales descriptivas -que solo miden información y no conocimientos- para dar lugar a evaluaciones que pongan en valor cómo se aplican los conocimientos elaborados.
En este contexto resultará mucho más difícil copiarse, ya que si no adquirieron conocimientos o destrezas, por más bibliografía que tengan a mano, las soluciones no aparecerán de manera mágica, pues lo que deberán fundar son los recorridos de las decisiones intermedias y no solo poner énfasis en la solución arribada. La lupa se pone en la construcción de ese conocimiento con la información que le fuera proporcionada por el docente en la clase, la que pudo incorporar a través del estudio y los textos disponibles como apoyatura legal.