En las narrativas más habituales de la historia de la música, pareciera que la única tradición musical histórica es la que pertenece a la música culta eurocéntrica, sobre todo en sus etapas anteriores al siglo XX. El arte de circulación popular del pasado lejano es considerado en cambio folklore, no historia, y por lo tanto es estático, rural, ingenuo y reaccionario; sólo es posible su preservación patrimonial. Y si hay algo que llamar música popular, ésta no tiene historia ni tradición, sino que ocupa con sus productos comerciales la contemporaneidad sujeta al cambio permanente de la moda. Es efímera ya que está concebida para el consumo y su posterior desecho, según la lógica del capitalismo avanzado.
La raíz de estos imaginarios falaces, construidos en base a la estratificación y desconexión de las prácticas sonoras, no radica en las músicas y sus cualidades intrínsecas, sino en el modelo epistemológico aplicado a su estudio, que es (todavía) deudor del positivismo (Bermúdez, 2002); está basado en una concepción armonicocéntrica y a su vez objetual (Goehr, 2008; Attali, 2011) que entiende la música como obra (idea objetivada antes que fenómeno sonoro), de un compositor individual en cuyas intenciones reside su sentido. Así, la historia de la música debe (Stanley, 2001) agruparse según los cambios en el estilo de composición, por medio del estudio de su lógica interna y autónoma (Shreffler, 2003). Sólo será posible estudiar entonces las músicas discernibles a través del cotejo analítico de cualidades tales como la complejidad armónica o la coherencia formal. El indicador de todo este proceso se encuentra en la partitura, que se erige como registro de las intenciones del compositor, material de análisis estructural y fuente histórica (Cook, 2001).
A pesar de ser para algunos una discusión perimida, no se ha resuelto en absoluto la fragmentación artificial del campo disciplinar, que más que poner en crisis ayuda a reproducir estos sesgos. Así la musicología (histórica), todavía estudia sobre todo los estilos compositivos de la tradición culta eurocéntrica; el folklore y la etnomusicología (fases metodológicas sucesivas aplicadas sobre objetos de estudio similares) las músicas de tradiciones no-occidentales, en su mayoría extintas, rurales, anónimas y comunales; y los recientes estudios de música popular, dedicados a una particular versión de la “música popular”, entendida como objeto comercial técnicamente reproducible, de mediana calidad, producto de la sociedad urbana contemporánea y divulgado por los medios masivos de comunicación.
El presente trabajo intentará problematizar esta concepción hegemónica de la historiografía musical, con el fin de contribuir al desarrollo de una larga duración histórica de la música popular, (re)integrando a la historia prácticas musicales profesionales relativas a las clases populares pertenecientes a épocas anteriores al fonógrafo. Para ello pondremos a prueba, sobre una serie de casos de diversas épocas, un modo de aproximación basado en una concepción performativa y sociocultural que recupere la condición de musicar como condición de la música popular, un ritual en el espacio social.