Uno de los aspectos más interesantes de la literatura del pasado lo constituye su aptitud proteica de actualización, su capacidad de mantener una coherencia semántica y estética más allá de la materia (i.e. el idioma), el tiempo y el espacio. La operación por la que esta capacidad se verifica es la traducción. Así, las producciones literarias del pasado -y en particular las del pasado literario grecolatino como fenómeno principal de la sociedad gráfica europea- asisten al presente, con sus particulares condiciones de manifestación que significan, a su vez, una materia, un tiempo y un espacio diferentes del original que se traduce. La traducción, pues, ha sido el constituyente básico indispensable para el desarrollo de las comunidades y de la cultura, factor decisivo del intercambio intelectual que ha diseñado el perfil de nuestras sociedades. A su vez, la traducción tiene un fundamental sentido comunicativo que, cumplido en plenitud, anonada su propia existencia reemplazándola por un verosímil textual. De este modo, un discurso generado en condiciones determinadas (de materia -i.e. idioma-, tiempo y espacio) puede incorporarse a sociedades con distintas condiciones. en las que ese discurso recrea sus propiedades semánticas y estéticas a través de lenguas, tiempos y lugares diferentes. Así, todos hemos leido Shakespeare, Dante, Flaubert, sin la sensación de estar leyendo otra cosa, como de hecho ocurre. Y es que una traducción es buena cuando no se nota, cuando el lector percibe que está leyendo Shakespeare, o Flaubert, y no una traducción de Shakespeare o de Flaubert.