En español
"Rapado" (1992), primer film largometraje de Martín Rejtman, narra la historia de dos jóvenes (Ezequiel Cavia y Damián Dreizik) en el Buenos Aires de comienzos de la década de los noventa; el robo de la motocicleta a uno de ellos pone en marcha la narración del film. La música incidental fue compuesta por el compositor holandés Paul M. van Brugge, la cual consiste en una textura minimalista para piano solo que se escucha en las escenas de exterior cuando el personaje principal anda en moto. Largos planos de música e imagen son casi una excepción en la filmografía de Rejtman.
Mediando el film, el joven, víctima del primer robo, se roba a su vez otra moto y, cuando la revisa, descubre debajo del asiento un casete con la grabación del ensayo de una banda. En este aparece escrito «La estrella roja» y comienza a escucharlo una y otra vez. Acto seguido, se encuentra con uno de los músicos de la banda en el salón de videojuegos que frecuenta y comienza a tener un vínculo con él ¿amistoso? En un film casi sin música —a excepción de la música incidental de Van Brugge—, la música emerge a partir del soporte del casete y la banda grabada: la música es aquí un objeto que circula y que crea una relación entre el ladrón y la víctima.
En inglés
In Martin Rejtman’s cinema there seems to be no music, many times long sequences unfold almost silently, the characters barely score the soundtrack by word. At the same time, the music in his films has a central place, predominantly in the storyline.
To be more precise there is music but not as usually used by the cinema. We will try to show its particular use by taking the central corpus of his fiction films, the one that runs through his filmography from the beginning of the nineties until almost today and which are the following films: Rapado (1992), Silvia Prieto (1999), Los guantes mágicos (2003) y Dos disparos (2014). We will see that he composes some of his characters from the subjectivity that delineates the music and, at the same time, he conceives it as a discourse that —from its materials— elaborates a sound prose at the same level as the word.