El capitalismo exhibió una clara inclinación histórica a demarcar la actividad del mercado respecto de la conducción política estatal. Ésta debía evitar cualquier interferencia con el desenvolvimiento de la actividad económica, aunque debía asistirla en tareas precisas y garantizar su reproducción y su seguridad general. Con la globalización esta tendencia se parece haber reforzado enormemente, su formulación se ha vuelto parte de la sabiduría convencional. Sin embargo, otras caracterizaciones difieren de la imagen estereotípica que, en los últimos años, muestran las aspiraciones soberanas del Estado atrapadas por las fuerzas irrefrenables de la economía. La privatización y la desnacionalización que sufrieron areas del Estado en todas las latitudes serían inconcebibles, según estas otras miradas, sin la participación de éste. Semejantes procesos no se explican solamente por la presión externa de unas vastas fuerzas privadas. Ellas configuran más bien un nuevo orden normativo que avanza sobre funciones y zonas antes exclusivas del Estado. Se suele subvalorar el papel del Estado en la configuración del nuevo escenario económico cuando se insiste solamente en la dimensión de su pérdida de influencia respecto del viejo modelo intervencionista y se olvida su papel activo para hacer posible este proceso.