Sin dudas, la lectura es el dispositivo central alrededor del que se estructuran la enseñanza y el aprendizaje en una clase de filosofía. ¿Qué otra cosa que leer, podríamos preguntar, es necesario para aprender filosofía? Y la respuesta aparece tan inmediata que la misma pregunta resulta casi retórica.
Llamativamente, el correlato de esta centralidad es su casi completa invisibilidad. Leer parece ser en nuestras manos casi un acto reflejo, algo que no puede ser hecho de modos alternativos. Tanto es así que, con independencia de las distintas concepciones de la filosofía y de la diversidad de modalidades de la enseñanza que cada uno de nosotros adopte en sus clases, la forma de lectura que promovemos, los modos de dar a leer suelen ser los mismos: perseguimos fines similares y trazamos recorridos parecidos para obtenerlos. Leemos y damos a leer para comprender y que se comprenda lo que los filósofos de distintas épocas y escuelas han pensado y que estimamos puede ser provechoso de un modo u otro para nuestros alumnos olvidando que, como dijese Gadamer, leer es una de las cosas más oscuras