Sea que lo haya logrado como gesto deliberado o por simple casualidad, Hume ha conseguido que ciertos pasajes de sus Diálogos sobre religión natural, y hasta la obra como un todo, sean casi tan difíciles de interpretar como las Sagradas Escrituras. Los estudiosos proponen diferentes representantes para su tríada de personajes principales –Cleantes, Filón y Demea–, y con respecto a los dos primeros se debaten entre hacer de uno u otro el verdadero profeta de la palabra humeana o declarar que ella ha quedado en el trasfondo de lo inefable. Comenzaré pues por recordar sucintamente los puntos menos controvertidos.