Lo que nos ha llevado a reflexionar sobre el juego y su relación con la escuela es, en parte, la preparación del acto escolar del día de la bandera en el LVM con alumnos de 2º año. Se les propuso a los chicos dramatizar el Éxodo jujeño y que ellos definieran libremente los personajes y la caracterización más apropiada de los mismos. La profusión de ideas, como por ejemplo hacer el traje de Belgrano o pinchar globos a escondidas para simular los ruidos de la batalla, sobrepasó nuestras expectativas y nos condujo a coordinar unas acciones que adquirieron un inmediato carácter lúdico. El acto produjo en nosotras una experiencia, un tratar de encontrarnos con esto de ser profesora de otra manera y nos permitió retomar y profundizar la reflexión sobre nuestra práctica docente y sobre el significado del enseñar/aprender filosofía. Al corrernos del habitual lugar que tenemos surgen otras dimensiones del pensamiento que, como afirma Ann Sharp, “no es únicamente cognitivo, sino también afectivo, personal, social”.
En este nuevo contexto los otros se hacen visibles de un modo diferente y aparecen nociones que habitualmente escapan al aula: infancia, juego, juguete, simulacro, cuerpo, el actuar como si fuera otro, con otros, para otros “que me observan”, y sensaciones como el miedo al ridículo, la vergüenza, el temor a la mirada del otro que puede juzgar esa representación como “infantil”, como algo “propio de la escuela primaria”.