La discusión en torno a la cuestión política en el pensamiento de Martin Heidegger ha discurrido, de modo habitual, por dos carriles que si bien se muestran opuestos corren en paralelo. Por un lado, se lo ha juzgado y, frecuentemente condenado (condena que, en la mayoría de los casos, ya había sido decidida de antemano) con base en los “hechos probados”, censurando como vergonzosa toda lectura de sus textos. La otra “corriente” ha querido ver en Heidegger la cima del pensamiento puro, abstracto, desligado de cualquier tipo de controversia política; ésta actitud ha sido, en parte, alimentada por el mismo Heidegger debido a cierto retraimiento de la esfera pública y al silencio que mantuvo al finalizar la guerra. Quienes profesan esta actitud han intentado minimizar, en la medida de lo posible, la temprana adhesión del pensador alemán al nacionalsocialismo y la consiguiente asunción del rectorado; para lo cual se han refugiado en la supuesta “competencia de una lectura interna, ciega a la inscripción histórico-política” del autor de Ser y Tiempo.