Los juicios de valor sobre la vida, en favor o en contra, no pueden ser verdaderos nunca. Sólo tienen valor como síntomas, y únicamente importan por eso. La falsedad de un juicio, bajo este punto de vista fisiológico, es algo relativo y sin la menor importancia. La cuestión ahora está en saber si ese juicio es favorable para la vida, hasta qué punto la conserva. Según Nietzsche, el hombre no podría vivir sin admitir estas ficciones lógicas y simplificaciones absurdas del lenguaje. La creencia desesperada en lo incondicionado, lo idéntico a sí mismo, el sujeto, la causalidad, es el modo de pensamiento que nos permite afrontar la vida: “renunciar a los juicios falsos sería renunciar a la vida, negar la vida.”.
Admitir que la no-verdad es condición de la vida es un situarse más allá del bien y del mal. Dentro de ésta simplificación y falseamiento se halla el hombre, ir detrás del error es una manera de supervivencia. La creencia en el progreso, en la ciencia, en Dios, en la verdad, sería una forma de creencia en la vida misma.