La incorporación de la figura humana en las representaciones gráficas, nos permite contextualizar una escena arquitectónica. Además dotamos al dibujo de un elemento que nos identifica, y con el que podemos evidenciar la escala del espacio o elemento representado, donde, en muchas ocasiones, esa figura deja entrever “los perfiles de usuarios que se espera se apropien del proyecto; las escenas habituales que se generarán en el espacio; el concepto global; y el espíritu de la época.” Falcón Meraz (2015).
En un recorrido histórico, encontramos al Hombre de Vitruvio, dibujado por Leonardo Da Vinci en 1492; luego El Modulor, sistema de proporciones ideado por Le Corbusier en 1948, basado en la estatura de un hombre de 1,83 metros, a partir del cual pueden establecerse las medidas de las edificaciones y equipamiento de “toda” la arquitectura; y también la publicación de Neufert, que a pesar de tener una primera edición en 1936, sigue re-editándose numerosas veces, y continúa formando parte de la bibliografía básica del estudiante de arquitectura. En todos estos casos, los cuerpos representados aluden a un usuario “ideal” y universal, ilustrando una arquitectura de uso y consumo específico, que invisibiliza todo lo que no representa este imaginario hegemónico, con roles de género preestablecidos.
La construcción de este estándar se observa en la materialización de un espacio diseñado para estos usuarios normados y se refuerza a través de imágenes estereotipadas en producciones culturales y publicidades. Y, dentro de los ámbitos académicos, es donde estudiantes de la carrera reproducen una figura humana que oscila entre lo caricaturesco y abstracciones extremas donde resulta difícil relacionarlas con la figura real del usuario a representar. Como docentes, observamos que las imágenes elaboradas por los estudiantes en torno a la figura humana, basan su representación en ideales academicistas de proporciones que refieren a las producciones hegemónicas, nombradas anteriormente.