En las novelas españolas de las últimas décadas, abundan las referencias a las artes plásticas, en particular a la pintura. No se trata de simples alusiones, sino de descripciones más o menos detalladas de cuadros e incluso de las reproducciones de estos, que se presentan como metáforas condensadoras de conflictos humanos presentes en los relatos (Sefarad, de Antonio Muñoz Molina o Tu rostro mañana, de Javier Marías). También se encuentran títulos que aluden a quienes producen arte o a las mismas obras y, a la vez, a la memoria de los protagonistas (El pintor de batallas, de Arturo Pérez Reverte o El jinete polaco, de Muñoz Molina); o bien se introducen algunos temas vinculados a la pintura, como el mercado del arte, el dinero y el poder (Corazón tan blanco, de Marías o Los viejos amigos, de Rafael Chirbes). Casi todas las novelas coinciden en que la referencia a la imagen pictórica es una vía de acceso a la recuperación de un pasado personal o colectivo, es decir la imagen está estrechamente asociada a la propia historia o a la Historia, y sirve para reflexionar sobre ella.