En la Parte 2 de esta serie de tres artículos acerca de la capacidad de traducción de los humanos y las máquinas, comparamos y contrastamos dos traducciones: una realizada por un humano y otra por Google Translate, utilizando la traducción automática neuronal. Al final del artículo, advertimos que en este último emplearíamos la IA generativa antes de verificar algunas palabras en diccionarios.
También mencionamos que había una palabra, que no necesariamente estaba subrayada o encorchetada, que actuaba como variable de calidad. Antes de realizar la última traducción no lo sabíamos. Ingresamos entonces a Chat GPT, copiamos nuevamente el párrafo introductorio de Desert Star (Connelly, 2022, p.11) y esta fue la primera traducción que recibimos:
BOSCH TENÍA las pastillas alineadas en la mesa listas para tomar. Estaba sirviendo agua de la botella en el vaso cuando sonó el timbre. Se sentó en la mesa, pensando en ignorarlo. Su hija tenía llave y nunca tocaba, y no esperaba a nadie. Debía ser un vendedor o un vecino, y ya no conocía a ninguno de sus vecinos. El vecindario parecía cambiar cada pocos años, y después de más de tres décadas, había dejado de conocer y saludar a los recién llegados. De hecho, disfrutaba siendo el viejo gruñón ex policía del vecindario al que la gente temía acercarse.
Más allá de las diferencias con nuestra versión humana, una sola palabra de la oración subrayada marca la diferencia de precisión. ¿Podríamos decir humanos 1 – software 1? ¿Estamos en riesgo de perder el oficio de traductor a manos de la IA? Lo dejamos abierto a discusión de nuestros lectores. Por lo pronto, más adelante analizaremos las diversas herramientas digitales que están al servicio de la traducción.