En busca del tiempo perdido de Marcel Proust es, entre otras muchas cosas, una novela sobre el tiempo. Con toda su complejidad, sin embargo, como nos dice Georges Poulet en su artículo “Proust y la repetición”, no hace sino desenvolver la más simple y cotidiana de las aventuras: el despertar. El comienzo de la vigilia y el comienzo de la novela coinciden de un modo singular: son, en última instancia, instantes de develamiento. En ambos casos se trata de recomponer un tiempo que se ha escapado: el sueño y el olvido han operado una ausencia que merece recuperarse, porque en ella está inmersa la propia identidad. La recuperación de sí mismo es, en un sentido, una tarea diaria, cada vez que despertamos, que nos devuelve a nuestra apacible costumbre. Pero más profundamente, es una oportunidad que sólo nos permite el arte que, por el contrario, rompe nuestro orden habitual. En esta dirección, y siguiendo el análisis de Poulet, intentaremos determinar de qué modo se da esta oportunidad a través de la obra de arte, más particularmente de la pintura, ya que la obra pictórica presenta, en principio, la peculiaridad de aparecer menos ligada al tiempo que al espacio.