La estética del siglo XX abandonó la primacía total del circuito autor-obra para explorar las relaciones del circuito obra-público. Umberto Eco con su concepción de la obra abierta mostró la necesidad para toda obra de un complemento interpretativo por parte del lector. En una dirección parecida Mukarovsky, entre los formalistas, e Ingarden, entre los fenomenólogos, insistieron en que el carácter estético de la obra era posibilitado por su aspecto objetivo pero que requería de una participación constructiva artística por parte del receptor. Este adquirió suma importancia en la estética de la recepción que lo presenta como una instancia necesaria sin la cual es imposible la concreción artística en diversos vaivenes del texto al receptor y del receptor al texto. Por otra parte, Gadamer, insiste en que el arte llega a ser tal sólo cuando se celebra o se realiza mediante alguna forma de plasmación, sea lectura, ejecución, representación como una fiesta que no puede ser tal si no se celebra.