Los estudios sobre filosofía moderna poco se han ocupado del espacio. Diré, un tanto provocativamente, que el espacio no ha sido suficientemente analizado. No me refiero aquí a la interpretación de cómo los filósofos hicieron del espacio un objeto de análisis; por ejemplo, de cómo las Meditaciones de Descartes tematizaron el espacio como una sustancia extensa. O a la interpretación de los dichos de Pascal sobre el concepto de espacio. En ambos casos, se trata del espacio como una unidad indiferenciada que se opone al pensamiento. Los textos de Michel Foucault tematizan el espacio de un modo distinto. El espacio no es concebido como algo unitario. Lo que hay son espacios, o tipos de espacio. Se trata de espacios locales, cualificados, diferenciados. Estos espacios -el confesionario, la prisión, el aula- fueron concebidos como para permitir el ejercicio de ciertas prácticas, como la confesión, la corrección, la vigilancia, el examen. Dos de los efectos más importantes de los espacios así conformados, son: la producción de un discurso a través del cual el pensamiento del individuo quede explicitado, y la producción de un pensamiento que internalice las relaciones de poder que ese mismo espacio representa.