Ludwig Wittgenstein escribió en el Prólogo del Tractatus Logico-Philosophicus: “el libro quiere pues trazar un límite al pensar o, más bien, no al pensar, sino a la expresión de los pensamientos: porque para trazar un límite al pensar tendríamos que poder pensar ambos lados de este límite (tendríamos, en suma, que poder pensar lo que no resulta pensable). Así pues, el límite sólo podrá ser trazado en el lenguaje, y lo que reside más allá del límite será simplemente absurdo”. Es necesario, pues, proceder a una aclaración conceptual de lo que el austríaco comprende bajo el término de lenguaje: no se trata de las semiosis sustituyentes, en sentido amplio; sino del lenguaje verbal, entendido como sintaxis lógica, susceptible de ser descompuesta en proposiciones. Ahora bien, el lenguaje, para ser considerado como tal, tiene que ser capaz de “sustituir” o de “representar” algo en ausencia. Esto significa que el mundo, la realidad – o cualquier cosa posible de ser sustituida- no está efectivamente presente en la sucesión fónica o escrita de lo verbal, sin embargo, el lenguaje da cuenta de ellos en virtud de su poder representativo.