La obra poética de Juan L. Ortiz resuelve de una manera inédita en la literatura argentina la tensión que
existe entre política y poesía. Su relación con el Partido Comunista, con ciertos escritores del grupo de
Boedo y luego, centralmente, con González Tuñón, allá por la década de 1930-1940, no redundan en una
adaptación de su obra a los postulados determinantes del realismo. Por partida doble, diremos, Ortiz
rechaza al realismo. En un primer momento, frente al realismo de Boedo decide "envainar la espada",
teniendo a la vista los resultados estéticos de aquel programa. Luego, de cara a la evolución que suponía
la idea del realismo en Tuñón hacia mediados de 1930, opta por mantener un ritmo propio y reflejar la
enorme crisis política que se vivía (con España como epicentro) sin quebrar su forma personal del decir.
Una voz tendiente a la sutileza, a resaltar el aspecto musical del lenguaje en relación con el paisaje y lo
alusivo. Lo que lo hace original, entonces, es justamente el hecho de colocar la cuestión social y política
dentro de esa intimidad, gracias a una concepción dialéctica de su poesía, que está en la base de su
programa estético.