En la poesía de Héctor Viel Temperley se configura un discurso que tiene en su base la tensión
entre salud y enfermedad (François Laplantine). Esta tensión es figurativizada (Greimas;
Fontanille) mediante un imaginario de la clase media alta argentina, de acuerdo con el cual la
vida al aire libre permite la expansión vital y la experiencia de una potencia creadora
relacionada con el dogma católico; experiencia también mediatizada, según el mismo
imaginario, por la enfermedad, entendida como investidura de dignidad. Paradójicamente,
entonces, subyacen a la vez las ideas de que sufrir ennoblece, tanto como luchar contra el
sufrimiento. Así hallamos a un sujeto que se construye mediante una contradictoria
propiocepción (María Isabel Filinich) de su corporalidad, pasada por los tamices ideológicos
mencionados, y su enunciación correspondiente en una textualidad marcada por el movimiento,
ya sea como motivo, ya sea como fluir discursivo. En Viel Temperley parece ser que es el ritmo
(Henri Meschonnic), como una ecuación entre silencio y lenguaje, lo que, finalmente, da forma
a la subjetividad. Veremos el modo en que se delinea este sujeto enfermo/sano en los dos
primeros libros, Poemas con caballos (1956) y El nadador (1967)