Me propongo examinar aquí de qué modo comienzan a reformularse los presupuestos de la llamada
"poesía de la experiencia" española en la escritura de los años 90. Aspiración a la legibilidad, riguroso
cuidado formal, búsqueda de complicidad con el lector a partir de un poema hecho con trazos de
emoción y fragmentos de vida parecen ser los mismos pilares que sustentan toda la poesía
experiencial, pero en algunas escrituras de los años 90 como la de Carlos Marzal, por ejemplo, se le
imprime un giro más y un cambio de tono. Se trata de poemas reflexivos (y autorreflexivos) que
indagan simultáneamente en la intimidad del sujeto poético (el planteo de la intimidad amorosa pero
también -y con no menor peso- las problemáticas de corte filosófico existencial) desde los supuestos
de lo que podríamos denominar "poesía de pensamiento" y lo hace ostentando una genealogía
poética que lo vincula con Jaime Gil de Biedma y Francisco Brines, entre sus principales referentes.