Si se acepta el hecho de que Argentina era, en los años setenta, poco más que una gran llanura fértil, con población tan escasa que ni siquiera resultaba suficiente para explotar de modo racional loa muchos millones de ovinos y vacunos que se producían libremente en sus tierras; que estos animales eran la única fuente de exportaciones compuestas de lanas, cueros, sebo y tasajo; que la importancia económica del país no estaba entonase de modo claro por encima de las otras naciones iberoamericanas; y que en consecuencia (o como causa), los empréstitos extranjeros que le ayudaban a cubrir al exceso crónico de las importaciones sobre las exportaciones eran relativamente modestos si se los compara, por ejemplo, con los que tenían en sus manos Brasil, Perú o Méjico; entonces aparece naturalmente la necesidad de explicar los cambios que llevaron al país a la posición económica superior que gozaba, hacia 1914, en el grupo iberoamericano de naciones.