De carácter ensayístico, el siguiente trabajo busca pensar cierta lógica de construcción estética que
aparece, nítidamente, en el siglo XVII y bajo el diseño (dinámico) del plano en asterisco. Cierta
configuración política del Estado-nación, así como la creciente extensión de un dominio imperialcolonial
de la economía, ponen en primer plano el problema del espacio (y del control de su infinitud).
Este fenómeno, entre otros, lleva a retrazar la antigua ciudad medieval y a reconfigurar no sólo la
imagen sino la concepción de lo que una ciudad debía ser. La ciudad barroca, moderna y
multitudinaria, adquiere entonces la forma de un asterisco: una plaza central y rectas avenidas
irradiadas. Pero al mismo tiempo (o poco antes), el asterisco se vuelve el modo que adopta el mundo
para conjurar o contener el infinito que amenaza cada plano de la vida: sea el cielo heliocéntrico de
Copérnico y Galileo, la barroca fuga de puntos (y el no punto de fuga renacentista) de Bach o de
Velásquez, el "mapa" imperial de una Nación, o la dispersión multitudinaria y digresiva de un
narrador-lector como el del Quijote, entre otros.
Este plano en asterisco, será también el dibujo más ajustado de otros problemas o invenciones
barrocas, como son el punto de vista y el famoso concepto de Baltasar Gracián. A partir de allí,
conceptos e ideas-forma como el pliegue (Deleuze), la hidra vocal (Egido) o la estructura radial
(Carreter), configurarán cierta historia teórica del barroco, de sus procedimientos ético-estéticos, y de
su obsesión por la formación y transformación de formas formadas.