En los años ochenta, Guerra intentaría recobrar el valor de la dimensión simbólica en los procesos históricos, y, de alguna forma, rescatar a la historia intelectual latinoamericana del ocaso a que la había conducido la vieja tradición de historia de “ideas”. “El lenguaje”, asegura, “no es una realidad separable de las realidades sociales, un elenco de instrumentos neutros y atemporales del que se puede disponer a voluntad, sino una parte esencial de la realidad humana”. En dicho intento habría, sin embargo, de reformular radicalmente su objeto. Comprender un “lenguaje político” no implicará ya meramente entender qué se dice en un texto o discurso dado, identificar las diversas “ideas” presentes en él y filiar las mismas, que es el procedimiento tradicional de la historia de “ideas”. De lo que se trataría ahora es de trascender su instancia textual y reconstruir cómo fue posible para su autor decir lo que dijo, qué categorías tenía éste disponibles para comprender, volver inteligible su realidad. Y, fundamentalmente, cómo un determinado suelo categorial eventualmente se altera, torsionando los lenguajes políticos de un periodo.