Quiero agradecer en primer lugar a Justina Díaz Legaspe por su cordial invitación a compartir algunas de sus ideas conmigo y con otros amigos en esta nueva ocasión. Quiero agradecer también a ustedes por estar aquí presenciando este espectáculo del pensamiento, y mantener latente una esperanza en que nosotros podamos desentrañar algo de la naturaleza de los problemas que nos reúnen.
Decidí comenzar (por temor y desconfianza) con un brevísimo alegato, ilustrando la pertinencia de esta minúscula discusión con un ejemplo tomado de un ámbito particularmente sensible a ella, como lo es el discurso histórico. Distinguir si un juicio es normativo o fáctico resulta altamente significativo en este ámbito.