A pesar de que raramente el tópico sea retomado en los análisis de su obra, Michel Foucault fue un pensador para quien la cuestión de la enseñanza de la filosofía no revistió una importancia menor. La mejor prueba de ello lo constituyen, sin dudas, sus cursos en el Collège de France, a través de cuya lectura puede constatarse toda la preocupación -y muchas veces la desazón-, que embargaban al filósofo respecto de su tarea docente y de lo fructífero de la misma. En el mismo sentido podemos traer a colación su participación en una comisión que durante el Gobierno de de Gaulle tenía la misión de encarar una reforma de la educación superior, y en cuya oportunidad Foucault llegó, incluso, a diseñar un programa completo de filosofía para el Liceo y otro para la Carrera universitaria. Finalmente, podemos citar el ejercicio de la jefatura del departamento de filosofía de la cuestionada Universidad de Vincennes, que después de los fenómenos de mayo del 68 fue duramente cuestionada por el ministerio de educación, y a raíz de lo cual, Foucault realizara ríspidas y controversiales declaraciones en torno a la “clase de filosofía” y su función social.