El tema del Mal aparece inicialmente en la Ética de Spinoza en el Apéndice del Primer Libro. Se lo trata como contracara del Bien al que, según diversas tradiciones, estaría dirigida la causalidad final de Dios. Como es sabido, Spinoza argumenta a favor de una sola causalidad necesaria y eficiente en función de la cual de la potencia divina se sigue inexorablemente todo, según una concatenación igualmente ineludible. Es por eso que polemiza en dicho lugar fundamentalmente con las confesiones religiosas y las filosofías del medioevo que habían tratado de conciliar las doctrinas aristotélicas con el dogma de una providencia divina. Algunos filósofos renacentistas y medievales entendían que Dios no sólo había creado un mundo trascendente. Entendían también que la creación respondía al modelo de un cosmos, esto es, de un todo ordenado, pero donde en ese orden unas realidades están en función de otras, asumiendo así todas ellas un carácter de intrínseca finalidad, que tiene en el hombre, en tanto meta y fin de un plan salvífico, su punto culminante.