En su pleno apogeo y popularidad, año 1794, Fichte construye y expone los principios fundamentales de su sistema, la Doctrina de la Ciencia. Los principios son tres: el Yo absoluto (primero), el No-Yo (segundo), y la conjunción del primero y del segundo en ambos sentidos (tercer principio). Inmediatamente, surgen dos preguntas: una, por la naturaleza de estos principios (¿qué son?, ¿qué expresan?); y otra, por su articulación. Ante la pregunta por el sentido, el Yo absoluto es el equivalente del hombre en general; el No-Yo, de la naturaleza; y el principio de reciprocidad expresa justamente la relación del hombre con la naturaleza. La pregunta por la articulación conlleva una problemática compleja, porque si bien el Yo absoluto se erige como instancia última de fundamentación, el No-Yo le es tanto reductible cuanto irreductible. Con ello, se echa la suerte del tercer principio: la esfera humana y la esfera natural contrapuestas sólo pueden alcanzar una síntesis que las unifique no en cuanto totalidades que es reviertan una en otra y coincidan absolutamente, sino en tanto opuestos que sin eclipsarse por completo se hallan en un terreno común en el cual quedan excluidos aspectos de ambas partes (GWL, 279). En este sentido, la dialéctica fichteana describe un proceso dinámico de determinaciones, proceso en el cual la contradicción queda acotada a un nivel inferior. La síntesis de contrarios, pues, concierne a aspectos de las partes involucradas.