El viaje de egresados de estudiantes del ciclo secundaria es percibido como un "rito de iniciación" hacia la adultez, donde la transgresión y el desenfreno se presentan como sinónimos de libertad absoluta. En este contexto, donde “todo vale”, se promueve una cultura de excesos en la que las normas sociales parecen desdibujarse, fomentando una complicidad tácita entre compañeros, escuelas y coordinadores de viaje. Esta permisividad contribuye a la naturalización, fomento y trivialización de los abusos sexuales, especialmente hacia las mujeres, en un entorno caracterizado por la euforia colectiva, el abuso de alcohol y la ausencia de límites claros.
Esta experiencia generadora de cuantiosas ganancias para las empresas turísticas promovida bajo la oferta de un “viaje único e inolvidable” que nadie puede perderse, esconden la generación y potenciación de un ámbito inseguro para las mujeres menores de edad, que las expone al peligro de sufrir todo tipo de violencias y discriminaciones, que además perpetúa las relaciones de dominación hacia las mujeres.