Los estudios que abordan los vínculos entre antropología, música, sonidos y silencios se han ido profundizando a medida que la etnografía se ha ido centrado en poblaciones o grupos sociales para quienes el aspecto sonoro es culturalmente determinante. La antropología contemporánea se ha centrado cada vez más en los elementos sensoriales involucrados tanto en la práctica antropológica como en las diversas formas en que las personas experimentan, comprenden, formulan y expresan sus prácticas culturales. En este sentido, la teoría antropológica y los textos etnográficos han profundizado en el debate sobre las prácticas corporeizadas que, en consecuencia, generan conocimiento corporeizado, es decir, modos de entender el mundo que necesariamente implican el cuerpo en experiencias performáticas y/o sensoriales (ya sean musicales, teatrales, dancísticas o de otras modalidades expresivas). Destacamos que el uso intencionado del concepto “corporeizados” (en lugar de “incorporado”) es una referencia explícita a los aportes teóricos de Diana Taylor (2013) y Richard Schechner (2013) para denotar una inmersión y uso consciente del cuerpo en la producción de conocimiento desde un enfoque antropológico a través de la práctica artística. En lo que nos interesa particularmente, consideramos que este (re)conocimiento encarnado del mundo proviene de las prácticas y conocimientos musicales, y de la relación que los sujetos establecen diariamente con la dimensión sonora del mundo mediante la percepción y/o producción del sonido en y por el cuerpo.