Tim Ingold ha mencionado que entre los batek –cazadores-recolectores del bosque tropical malayo– se considera que las plantas caminan, al igual que las personas. Para nosotros, las plantas están enraizadas a la tierra, y eso revela una comprensión distinta del movimiento. Los batek sostienen que es precisamente en las raíces del suelo donde se encuentra el movimiento de la planta, ya que a partir de ahí la misma avanza a lo largo de una línea de crecimiento.
“Cuando las raíces crecen, sus plantas proceden, dejando un sendero detrás de ellas” (Ingold, 2012, p. 28). Algo similar ocurre con nuestras ideas acerca de la evolución humana y, más específicamente, sobre la “invención” de la agricultura. Tendemos a pensar en un esquema rígido, en el cual la experiencia humana es acumulada en forma de sedimento, y a eventos simples les suceden otros más complejos, producto de un aumento progresivo y constante del conocimiento. Sin embargo, para entender el surgimiento y la continuación de las primeras sociedades agrícolas, es necesario pensar de forma similar a la concepción batek, es decir, entendiendo el avance de la experiencia humana como el resultado de distintos movimientos que tuvieron lugar en el tiempo y en el espacio, de personas, plantas, semillas, ideas, préstamos técnicos y culturales. Algunos de ellos trascendieron, fueron más constantes y continuaron hasta nuestros días, mientras que otros fueron más breves, variables, se incorporaron a otros o simplemente se detuvieron en el tiempo.