Al igual que el deporte y como base sustentiva del mismo, la educación física se ha ido transformando en función de varios objetivos: a) hacerla más amena y a fin con los intereses cada vez más cambiantes de los estudiantes; b) convertirla realmente en una fuente de inspiración de salud y vida sana, y; c) en crear las bases formadoras de los futuros deportistas, ya lleguen al alto rendimiento (la elite), o no. Ya hemos comentado contra que tendencias negativas ha tenido que luchar, inclusive, contra algunas que opinaban que no era necesaria en la enseñanza universitaria y que el tiempo dedicado a sus clases podía ser aprovechado por otras “asignaturas” de los planes de estudios de las diferentes carreras. Por suerte, de un año a otro, hemos visto como otras tendencias «mucho más positivas y realistas» han ido ganando en partidarios y fuertes defensores de los principios sanos del ejercicio libre y como estos a lo que más ayudan realmente es a una actividad completamente sana y alejada de tantos vicios que hoy nos inundan.
Una de las reformas que más ha ayudado a las nuevas concepciones de la educación física en nuestras universidades, son las actividades relacionadas con la “didáctica del movimiento”, sobre todo la orientada a la profesión pedagógica, o sea, a la que realmente se basa, o se diferencia sustancialmente, por su propia naturaleza, de todos los demás estudios del movimiento destinados a otros fines científicos o profesionales.