Los sistemas nacionales de educación superior de los países latinoamericanos han experimentado durante las últimas décadas una fuerte expansión y diferenciación de su base institucional.
La universidad cumple una función fundamental no solo en el desarrollo científico-tecnológico de los países, sino en el de sus economías (Solow, 1957; Ledernam y Maloney, 2003).
En América Latina más del 80% de la investigación científica se produce en las universidades (Bustos, 2008).
Mientras más pequeño y menos diversificado sea este núcleo de investigadores, menores serán las oportunidades de dicho país o región de desarrollarse a través de la incorporación de conocimiento (Santelices, 2010), y más requerirá de la colaboración internacional para superar esta debilidad.