Con características e impactos que varían de región en región, el calentamiento global está teniendo lugar ahora y a velocidad creciente (IPCC, 2007). Los posibles efectos del cambio climático global incluyen aumento del nivel del mar, temperaturas globales más elevadas y creciente frecuencia o intensidad de eventos extremos tales como huracanes, inundaciones y sequías. A lo largo de las próximas décadas, el clima del planeta experimentará un significativo cambio que excederá el alcance de su variabilidad “natural” y que podría alcanzar dimensiones catastróficas hacia finales de este siglo, de no mediar medidas conducentes.
Este fenómeno antropogénico es producido por emisiones de componentes químicos y de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero (GEI) generadas durante décadas - a nivel global y especialmente desde las metrópolis de los países industrializados más avanzados del hemisferio Norte - por patrones crecientemente insustentables de producción y de consumo cuya matriz energética se funda sobre la combustión de petróleo, gas y carbón. En América Latina, esta insustentabilidad fue acentuada por los estilos de desarrollo económico y los modelos de gestión socio- espacial desplegados en las últimas décadas, basados en el ajuste fiscal, el descontrol ambiental, la desregulación, privatización y/o gestión mercantil de servicios públicos, la desindustralización y la precarización del trabajo. Esto último impulsó la retracción de la economía salarial, el crecimiento exponencial de la pobreza y la indigencia y - en el plano de los aglomerados urbanos y metropolitanos - la segmentación espacial y la fragmentación social según desigualdades de clase y de lugar (Wacquant, 2007)