Resulta ya un lugar común la afirmación de que la Argentina carece de una tradición literaria vinculada al Río de la Plata. Sin embargo, cada vez que se señala su ausencia es porque algún texto –o una serie de textos– parecen reclamarla. Algunos ejemplos bastan para probar la contradicción. En un texto sobre Sudeste de Haroldo Conti, Jorge B. Rivera (2000) señala esta carencia pero, para insertar al texto de Conti en una tradición, aunque marginal, organiza una serie que abarca desde Marcos Sastre hasta Luis Gudiño Kramer. Probablemente el de Rivera sea el único texto propiamente crítico al respecto, los otros ejemplos corresponden a escritores que encaran la escritura sobre la zona del Río de la Plata señalando la ausencia de una tradición pero organizando series de precursores, tradiciones en las que se incluyen para continuarlas o cuestionarlas. Lo hace Juan José Saer en El río sin orillas (1991), donde además de los viajeros del siglo XIX señala a J.L. Ortiz como el gran escritor del río, en cuya línea se coloca; lo hace Carlos María Domínguez en Escritos en el agua (2002), donde la figura elegida es Conti, y lo hace Juan Bautista Duizeide en Crónicas con fondo de agua (2010), en las que la tradición se ensancha porque además de precursores – Conti y Walsh– incluye contemporáneos – Domínguez, C.E. Feiling, Daniel Ortiz.