Ricardo Rojas comienza la historia de la literatura argentina recordando el peso de las prohibiciones monárquicas sobre la cultura libresca a lo largo de la vida colonial, y las consecuencias nocivas que la censura habría tenido para la literatura rioplatense de entonces: no formó buenos poetas sino apenas una poesía adulona, cortesana o de vertiente teológica, sentencia el historiador. Tal vez debido al impacto de ese diagnóstico, y tal vez porque en esas páginas iniciales Rojas cita in extenso algunos fragmentos medulares de ese cuerpo de leyes que durante siglos proscribió el ingreso de libros de imaginación y romance en América, es que la crítica literaria posterior ha prestado bastante menos atención a otros pasajes importantes del texto de Rojas que él esboza allí mismo. Y que modifican dramáticamente el tipo de conclusiones que podríamos sacar acerca de las prácticas de lectura o la circulación y el comercio del libro en la región rioplatense, de atenernos a la mera consideración de lo que dictaminaron las Leyes de Indias.