En la presentación de Leibniz que nos es más familiar, Dios, al igual que el imaginario Ts’ui Pén en su novela, enlaza los varios porvenires posibles como los senderos de un laberíntico .jardín. Acaso menos bello pero no menos ambicioso y vasto, el laberinto que Leibniz nos legara se halla disperso en opúsculos fragmentarios y cartas con variados destinatarios. En unos y otras, la metáfora sobre nuestro incierto destino cede su lugar a la árida especulación sobre las fronteras de toda razón. Estas páginas se proponen la temeraria aventura de intentar su recorrido.