En alguno de sus escritos, el filósofo esloveno Slavoj Žižek ha señalado que “una de las más arteras trampas que acechan a los marxistas es la búsqueda del momento de la Caída, cuando las cosas se torcieron en la historia del marxismo”. En el marco de esta búsqueda del momento de la Caída, la figura de Friedrich Engels ha sabido ser objeto de severos cuestionamientos. Como comenta Tristram Hunt en su estudio biográfico sobre el autor del Anti-Dühring, acusándolo de mecanicista, cientificista, positivista, no-dialéctico, no-humanista, etc., etc., a Engels ha llegado a endilgársele “la responsabilidad de los terribles excesos del marxismo-leninsmo” que tuvieron lugar en la URSS, China y el Sudeste Asiático, y hasta la culpa de que los procesos revolucionarios que durante el siglo XX parieron los primeros estados obreros de la historia, terminaran degenerándose y burocratizándose. Es en este sentido que cabría al menos negarse resueltamente a “aceptar los alegatos que siempre encuentran inocentes a Marx y a Lenin y dejan a Engels solo en el banquillo de los acusados”.