La preocupación de los propios creadores por establecer pautas sobre el quehacer literario ha sido una constante de todos los tiempos desde los clásicos hasta la actualidad. No escapan a esta reflexión los escritores áureos, quienes tratan de legitimarlas a través de criterios normativos que suelen presentar ciertos ribetes de parodia, como en el caso que nos ocupa:
Francisco de Quevedo y sus juveniles premáticas. Las premáticas eran reglamentaciones legales para unificar las costumbres, que pulularon luego de la invención de la imprenta.
Ante esta saturación de normas, surge en el Siglo de Oro la llamada prosa festiva con intenciones satírico-burlescas sobre dichas ordenanzas. “Quevedo tras los quevedos”, con su mirada sagaz de la sociedad madrileña, brinda al lector una radiografía dialéctica del mundillo de los escritores y de los usos lingüísticos, la cual hace esbozar una sonrisa al lector para luego dejarle una amarga reflexión. Sus considerandos emanan de la Premática del desengaño sobre los poetas güeros, que aparece en Historia de la vida del Buscón, y de la Premática de 1600. Con este trabajo se busca indagar la concepción quevediana de la profesión de escritor, tratando de escudriñar en el plano irónico burlesco con el que se dirige a “ciertas personas deseosas del bien común”.