Con la definitiva constitución del peronismo como expresión social y política hacia mediados de la década del 40, las distintas tradiciones políticas argentinas vivieron procesos convulsos de polémica, reposicionamiento y, eventualmente, de sangría o fraccionamiento. En particular, dentro de las corrientes de pensamiento filiables con la cultura de izquierda, ese nuevo fenómeno que se ofrecía al debate y la interpretación agitó las conciencias, en virtud de que la movilización y la plena incorporación política de la clase obrera se operaba bajo la conducción de un líder militar doblemente ajeno: Perón era extraño al proletariado, pero también a cualquier simpatía izquierdista.