El capital extranjero reviste una importancia fundamental para la estructura económica argentina contemporánea. Con diferentes figuras y magnitudes, el mismo ha estado presente en las actividades económicas del país desde los comienzos mismos de la nación (Rapoport, 2009; López, 2006; Basualdo, 2006). No obstante, son las reformas de los años 1990 las que favorecieron el protagonismo de las empresas transnacionales y, en la última década, esta tendencia lejos de experimentar un retroceso, se consolidó (Chudnovsky y López, 2002; Azpiazu, Manzanelli y Schorr, 2011). En este marco, los estudios sobre la transnacionalización reciente de la economía argentina se han concentrado principalmente en los aspectos estructurales del proceso. Estos abordajes contribuyeron a fundamentar empíricamente la relevancia –en términos de inversiones, facturación, empleo- que actualmente reviste el capital extranjero en la estructura económica local. Sin embargo, poco han aportado sobre cómo se organizan las relaciones entre los actores que participan de este proceso.