Hacia fines de los años noventa y principios de los 2000 surgieron en la Argentina nuevas formas de organización sindical, basadas en prácticas que tienden a superar el modelo sindicalista corporativo de tipo “nacional-popular” (De la Garza Toledo, 2000). La emergencia de estas experiencias estuvo vinculada con la crisis del modelo “institucionalista” de contención del conflicto social. Esta forma de regulación del conflicto estuvo presente en la Argentina mientras la acumulación capitalista en el país encontró su sustento en la industrialización por sustitución de importaciones. La eclosión de esta forma de tratamiento sobre el conflicto social trajo aparejada una crisis coyuntural en la CGT, en tanto la central encontraba su razón de ser en su rol como mediadora entre el estado y los trabajadores. El nuevo patrón de acumulación impuso un cambio en el relacionamiento entre los sindicatos y sus trabajadores.