La primera parte del Guzmán despliega una serie de imágenes de lectura y escritura que se implican mutuamente. El narrador es consciente de los procesos de producción y recepción de la obra y proyecta diversos estratos significativos para diversos tipos de lectores. La lectura profunda, se presenta como un trabajo arduo y activo, que requiere de la experiencia del camino que el propio texto brinda con un estilo ambiguo y desarticulador. Las figuras surgen como metáforas del proceso de escritura ―bosquejo, matiz, literalidad― y piden una mirada atenta que pueda trabajar completándolas y descubriéndolas. La operación básica es la de discernir: si el pícaro reconfigura su pasado en una autobiografía; el lector debe reconsiderar esa materia textual para que surja de ella una figura que explique las problemáticas sociales en su conjunto. Por ello es esencial desarmar el discurso de la lógica escolástica mostrando siempre un origen que se escapa, que se difumina, que es fragmentario y episódico. Sobre él debe fraguar el lector su síntesis. De ella, deberá surgir el escrúpulo que avale el proyecto didáctico de construir el “bien común”. En este sentido, el texto sí es un comienzo, una palabra y una acción que sueñan expandirse como las ondas concéntricas de una piedra en el agua.