No parece necesario abundar sobre el peso específico del que gozó el sueño como vehículo de revelación divina dentro del sistema conceptual de las religiones grecorromana y judeocristiana; tampoco, sobre sus posibles productividad discursiva y significatividad ideológica para una tradición mucho más específica, la novela de caballerías castellana, entre cuyos resortes narrativos predilectos se cuentan los discursos de profetas, magos y adivinos.
Son estos dos presupuestos los que explican la leve sorpresa de que El baladro del sabio Merlín con sus profecías del incunable burgalés de 1498 ―que en su relativa brevedad como ejemplar del género caballeresco prodiga al lector ciento cincuenta textos proféticos― proponga sólo tres revelaciones oníricas, dos habidas por el rey Artur y una por el propio “sabio” Merlín; de hecho, la sección inicial del relato ―que comprende hasta XVIII: 33 y que traduce una prosificación del hoy fragmentario Roman de Merlin en verso francés escrito por Robert de Boron― prescinde por completo de tal especie profética. El objetivo de esta comunicación es reflexionar brevemente sobre la funcionalidad y el sentido de esos tres casos que constituyen una rara avis dentro del enorme sistema profético de nuestra novela