Desde que en la Grecia antigua intentaron “hacer político” el pensamiento, los autores y lectores creyeron que la trasmisión de los contenidos de las obras y su lazo conectivo estaba dado por la “naturalidad” de la relación autor-filósofo/lector. La oralidad y la plasmación en los primeros escritos compartían un universo de teatralidad expositiva que era indiferente a las particularidades de cada uno. Lo que se hablaba y lo que se escribía era una palabra/mensaje que intentaba expresar cómo debía organizarse el hombre en tanto “sociable”.