A lo largo de nueve años, uno de los editores más exitosos de la industria nacional pudo darse el gusto de agregar a sus ya múltiples emprendimientos (imprentas, librería, edición de colecciones de autores clásicos y contemporáneos) la publicación de una revista mensual que, en sus 32 páginas, diera cuenta del movimiento editorial de la Argentina –básicamente, el de Buenos Aires–, de las actividades del mundo cultural centrado en el libro, y, a partir de estas actividades, se hiciera cargo de difundir el criterio intelectual del país. Su muerte, a los 65 años, no interrumpió el desarrollo de una sólida empresa editorial, para la cual había formado a sus hijos y herederos. Pero la revista, al perder a su creador y mecenas, se prolongó apenas un año más hasta desaparecer en 1937, dejando trunco, entre otros, el proyecto de la Bibliografía General Argentina.